No sé exactamente cuantos años despues, cinco o seis, supongo. Mi padre me lleva al cine a ver Taras Bulba, yo cierro los ojos en las batallas, me dan escalofríos. En el intermedio, pues era un programa doble, mi padre me lleva a la cabina del proyeccionista, para que entienda porqué las batallas no son reales, sino una mera proyección. Mira el proyector como si fuera el Santo Grial, las bobinas de celuloide, la ventanita de la cabina, la luz, elk polvo que flota. Vuelvo a mi bataca, muda, y tengo una especie de epifanía que no sé como expresar. En la cena , esa noche, digo que quiero trabajar en el cine. ¿En la cabina del proyeccionista,? me dice mi padre, No, digo muy seria. La cabina no. Quiero hacer cine. Y sigo sorbiendo la sopa de fideos, ante la estupefacción de mis padres.
Años mas tarde, tengo doce. Mis padres, que siempre , desde que mi memoria alcanza me han llevado al cine, animado a ir al cine, alentado mi vocación cinematográfica, me llevan a ver Isadora, una película de Karel Reisz sobre la vida de Isadora Duncan. En la primera escena , como ya he descrito otras ves, veo que Isadora Duncan de niña, quema el certificado de boda de sus padres y se me queda en la cabeza grabada esa imagen, aunque luego en la película , Isadora se casa.
Tengo quince años y cae en mis manos un libro traducido de poemas de Dylan Thomas . «miramos esa función de sombras que se besan o matan, con fragancia de celuloide, la mentira es amor».
Sé que mi vocación cinematográfica nació y creció en estos cuatro momentos: en el temblor al apagarse las luces de la sala, en la sed de imágenes , en la fuerza de las palabras en un poema. Y cuando ahora me preguntan qué es lo primero que harás cuando puedas, cuando podamos salir, digo «Ir al cine».
Isabel Coixet. Directora y guionista