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Zinzindurrunkarratz, el camino en el que sopla la brisa, hay una cueva profunda y el rayo rompe siempre en la misma roca

La primera pregunta es obligada y, por lo que ha comentado Oskar Alegría, director del filme, habitual: ¿qué es Zinzindurrunkarratz? La explicación no es simple: «Es un topónimo sonoro». El realizador navarro, periodista de formación, que presenta su largometraje en Tiempo de Historia de la 68 Seminci, ha rendido tributo a su tierra, a su madre, a su abuelo, a los pastores de antaño y a los burros, todo en el mismo filme.

A su tierra, porque está centrado en Navarra. A su madre, porque pasear sus paisajes le ayudó en el proceso del duelo tras su muerte. A los pastores de antaño, porque están en peligro de extinción. Su abuelo, un companaje (el que hace llegar el pan y otros alimentos a pastores que se pasan 6 meses aislados en la montaña), era uno de los 111 que pastoreaban en las montañas navarras cuando estaba en activo. «Queda uno -ha explicado Alegría-, que cuando lo deje apagará la luz».

A los pastores, precisamente, se deben esos topónimos sonoros, en contraste con los topónimos visuales del tipo ‘Cerro de los cuatro picos’. En los nombres que a Oskar Alegría le interesan, los que tienen que ver con su tributo, son los sonidos del campo los que definen no ya a lugares específicos, sino a caminos o rutas completas.

Zinzindurrunkarratz es, en realidad, un nombre compuesto de tres, que definen otros tantos sonidos. «Zinzin es el sonido de una brisa. Durrun es el sonido que hace una piedra, repetidamente, al caer en una cueva; tantos ‘durrum’, tantos metros tiene la cueva. Y karratz es el rayo que rompe siempre en una misma roca. Zinzindurrunkarratz es el nombre de un sendero en el que ocurre todo eso». Para que luego digan del alemán.

El superoído de un burro para una película sin audio

Queda el burro. Ese animal cuyas orejas son capaces de girarse casi por completo para percibir hasta el más mínimo sonido de su entorno. Y fue fundamental en un rodaje en el que solo hay imagen y debe ser el espectador el que ponga el sonido, a través de sus propios recuerdos, al filme.

Una vieja cámara de super-8 es la culpable: «Registra vídeo, pero no audio». Utilizar soporte analógico también ayudó a filmar de forma mucho más escogida: «Darle al botón de grabar son 15 euros, así que para los cineastas independientes es importante el ahorro», explicaba.

Y ahí la gran ayuda era el propio asno, que con la posición de sus orejas marcaba el lugar del que venía el sonido que había que escuchar o, lo que es lo mismo, la parte más interesante del paisaje. «El burro, cuando va por un camino, come poco, pero solo lo bueno; el caballo se empacha y se pone enfermo. Así, como come el burro, es como hemos rodado esta película».

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