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Los festivales de cine clásico, entre la memoria cinematográfica y la utopía de atraer a nuevos públicos

Tras una jornada matutina en la que los protagonistas fijaron como clave la necesidad de digitaliza para luego difundir, la sesión vespertina de la jornada ‘El patrimonio cinematográfico en el Siglo XXI’ reunió a cuatro nuevos profesionales de los 68 que se han dado cita en Valladolid entre responsables de las filmotecas europeas y directores de los festivales internacionales especializados en la recuperación del legado fílmico. Conducidos de nuevo por el director de la Filmoteca de Catalunya, Esteve Riambau, la tarde se desarrolló bajo el título de ‘Cómo programar hoy cine del pasado: los festivales de cine clásico’.

Sobre el plató del Salón de lo Espejos del Teatro Calderón departieron Gerald Duchaussoy, responsable de Cannes Classics y del Festival Lumière de Lyon; Fréderic Bonnaud, director de la Cinémathèque Française y del Festival Toute la Mémoire du Monde de Paris; Cecilia Cenciarelli, encargada del Departamento de Investigación y de Proyectos Especiales de la Cineteca di Bologna y codirectora de Il Cinema Ritrovato de Bologna, y Gyorgy Raduli, director del National Film Institute – Film Archive, Hungary y del Budapest Classics Film Marathon.

Cuatro enamorados y estudiosos del cine clásico, que no antiguo, ni viejo, que estuvieron de acuerdo que en el principio fue Bolonia, después Lyon, y a partir de ahí llegó todo lo demás. Es decir, consenso entre los componentes de la mesa sobre Il Cinema Ritrovato de Bologna puso el punto de partida para un proceso complejo que incluye búsqueda de pequeñas joyas, análisis, programación, proyección o difusión, en connivencia con filmotecas y restauradores capaces de hallar lo que en ocasiones son copias únicas.

Cambiar el concepto sobre el mal llamado “cine antiguo”

Para Cecilia Cenciarelli, es necesario «cambiar la perspectiva sobre lo pasado o lo clásico». El por qué plantea, a su vez, un sinfín de preguntas: «Son palabras que hay que repensar para entender que dentro de ellas hay un cine vivo, a veces más libre, más audaz, con muchas ideas, mucha imaginación, nuevas ideas. Vivimos en una época en la que hay muchos malentendidos, y nosotros tenemos la posibilidad de dar acceso a la reflexión».

Esa reflexión viene de la mano de la «programación», palabra clave para Fréderic Bonnaud. «No hay que pensar que todas las películas del mundo estarán siempre disponibles para cualquier persona. Está disponible si alguien la programa», ha afirmado, mientras reconocía que el festival «un poco diferente» de la Filmoteca Francesa copió a Lyon y este, a su vez, a Bolonia.

En el caso de París, siempre hay público, lo que permite mayor flexibilidad en las iniciativas tan especializadas. No ocurre lo mismo en Cannes, tal como explicaba Gerald Duchaussoy: «En Cannes solo tenemos público durante el festival, porque es difícil alojarse en Cannes y venir para ver solo Cannes Classique es complicado». Por tanto, funciona como sección, no como festival independiente, pero sin perder de vista un objetivo más o menos común al de sus colegas: «El propósito cuando trabajamos en la programación es tener las grandes obras de la historia del cine y que el nuevo público pueda verlas».

La iniciativa ha ido a más con los años. Si hace una década programaba 45 películas y dos documentales, el pasado año proyectó 200 películas y 80 documentales. Además de poner el acento en la restauración, eligen también algunas rarezas: «No son películas que se esperen en Cannes y que tienen muchas dificultades para encontrar su hueco en la programación del cine de hoy e, incluso, en un festival como Cannes».

Para Gyorgy Raduli, director, director del festival más joven de la mesa, «no hay películas viejas, solo películas que ya viste». Y los inicios del que él lidera estuvieron en una protesta de un grupo de jóvenes, que le pidieron ayuda para hacer una película como protesta al inminente cierre de los archivos cinematográficos de su país.

Como alternativa al filme, que tenía todos los visos de tomar un cariz político, o al menos de ser considerada tal, les propuso una conferencia internacional de especialistas en la materia. La repercusión obtenida tuvo su efecto político y administrativo, y los archivos siguieron abiertos. Una década después, en 2017, y tras un trabajo de modernización de documentos obsoletos, aquella iniciativa devino en festival. «Hice un proyecto inspirado en Lyon y Bolonia. Cuando hay que robar idas, hay que robar a los mejores».

Entre los puntos en común, la importancia de los descubrimientos para que el público se motive, la necesidad de invitar a protagonistas que contextualicen y enriquezcan las proyecciones o la certeza de que no todo es digitalizable, restaurable y difundible. Una labor que se desarrolla, además, en el seno de un mundo cambiante en el que las plataformas imponen el consumo individual frente al disfrute en comunidad, pero en el que los públicos de los festivales se muestran abiertos a dejarse llevar por los programadores y a ver filmes que no buscarían en otros espacios.

«A veces una película de hace muchos años se convierte en una película contemporánea para gente de 2023, y eso es maravilloso», ha sentenciado Fréderic Bonnaud.

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