El director vallisoletano-valenciano presentó el 5 de septiembre su quinta película en Espacio Seminci, junto al actor Andrés Gertrúdix
El cineasta vallisoletano Alberto Morais ha presentado su nueva película, La terra negra, en Espacio Seminci tras la proyección en los Cines Casablanca, coincidiendo con el estreno del film en la capital castellanoleonesa. La quinta película del realizador de Las olas y Los chicos del puerto, que participó en Seminci en 2016 con La madre, constituye una obra de autor que combina elementos del neorrealismo italiano con el humanismo cristiano para reflexionar sobre la condición humana en tiempos de incertidumbre.
Una propuesta cinematográfica de raíces humanistas
El film narra la historia de un expresidiario, interpretado por Sergi López, que llega a un pueblo valenciano donde es recibido con rechazo y desconfianza por parte de los vecinos. Solo dos hermanos que regentan un molino, interpretados por Laia Marull y Andrés Gertrúdix, le ofrecen acogida y trabajo. «Este personaje tiene la capacidad de influenciar a los demás a través de la bonhomía, pero la tierra es muy negra; los telares invisibles a través de generaciones son complicados», explicó Alberto Morais durante la presentación.
La película explora, según su director, un tipo de amor no romántico basado en el compañerismo: «Hay veces en que no puedes amar, solo necesitas que te abracen un poco para no sentirte tan solo en el mundo», reflexionó ante el público asistente.
El director estableció paralelismos entre su protagonista y figuras arquetípicas, comparándolo tanto con un arcángel como con el concepto de anagnórisis (el reconocimiento de la identidad a través del otro) de la tragedia griega. «Robo los símbolos de la cultura católica para dignificar a los desclasados»,añadió.
Aunque algunos críticos han comparado el filme con el wéstern por su estructura narrativa centrada en la llegada de un forastero que altera el orden establecido, Andrés Gertrúdix encuentra más similitudes con La Odisea homérica, donde el retorno del héroe promete transformar la realidad de quienes le esperan.
La película arranca con un plano del cuadro Agnus Dei de Zurbarán, estableciendo desde el inicio la simbología religiosa (el cordero de Dios que quita el pecado del mundo con su sacrificio) que atraviesa toda la narrativa. «Quería hacer una película liberadora que tuviera bondad, algo que necesita el mundo ahora mismo», declaró Morais, quien se define como «un ingenuo al que le afectan las injusticias» y su forma de traducirlas es «a través del cine».
Arturo Dueñas, cineasta y gerente de los Cines Casablanca; Alberto Morais, director de La terra negra, y el actor Andrés Gertrúdix.
Influencias cinematográficas y estilo visual
La terra negra bebe de diversas tradiciones cinematográficas, desde el cine social de los hermanos Dardenne hasta la filmografía de raíz religiosa de directores como Pasolini o Dreyer, pasando por la particular forma de filmar el paisaje de Abbas Kiarostami.
El director ha desarrollado un lenguaje visual que se distancia del naturalismo convencional. Influenciado por maestros como Kaurismäki y Bresson, Morais busca una «contención emocional» en sus intérpretes, donde los silencios y las miradas cobran especial relevancia.
«El consenso general de interpretación naturalista es de diálogos rápidos, gente que se interrumpe, pero yo veo al actor cuando hace eso», explicó el realizador, quien prefiere «trabajar desde el defecto» para conseguir que «los actores desaparezcan en el personaje».
«Alberto entiende la realidad de una manera especial y particular», añadió el intérprete, que trabajaba por primera vez con Morais. «Laia nos aconsejaba al resto de actores que confiáramos en él porque nos sacaba del naturalismo, de nuestra zona de confort». Para Gertrúdix, la forma de interpretar que el exigía el director, en la que «se tiene que notar que te están pasando cosas, pero no lo puedes explicitar», cancela los mecanismos habituales de un actor. Pero este es el «sello de Morais, que está en todas sus películas, y lo que le hace ser un autor».
El rodaje, basado en un guion coescrito con Samuel del Amor, también presentó un reto particular para Andrés Gertrúdix: la dificultad de interpretar en valenciano, lo que le impedía «improvisar o fluir» con su naturalidad habitual.