La realizadora canadiense presenta en Sección Oficial su ópera prima
Al comienzo de Falcon Lake, Bastien, un adolescente de 14 años que acaba de llegar junto a su familia a una casa a orillas de un lago quebequés donde viven unos amigos de sus padres, intenta dormir mientras, delante de él, una silueta de pelo largo oscura, amenazante, se recorta contra la ventana apenas iluminada por los rayos de la tormenta que cae en el exterior. Esta breve escena en la que convergen el amor adolescente y el componente sobrenatural, casi terrorífico —la aparición, que más tarde se revelará como Chloé, la hija del matrimonio que vive en la casa, recuerda a las criaturas de los filmes de horror japoneses de finales de los noventa y comienzos de los 2.000 — sintetiza Falcon Lake, «una historia de amor y fantasmas» y ópera prima de la realizadora canadiense Charlotte Le Bon, estrenada en la Quincena de Realizadores de Cannes y que ha llegado hoy a Valladolid, donde su directora ha ofrecido una rueda de prensa por videoconferencia en la que ha desgranado la génesis y evolución del proyecto.
«Falcon Lake está influenciada por las películas de terror que me tocaron de joven, cuando era adolescente», ha narrado Le Bon, para quien la mezcla de géneros presente en su filme responde al temor que despierta el enfrentarse a las primeras veces. «Recuerdo que la primera vez que me enamoré y noté atracción por alguien me sentí terriblemente asustada», ha indicado la realizadora francesa sobre la adaptación de la novela gráfica Una hermana, de Bastien Vives, que ha traslado a imágenes alejándose del referente original —una historia sobre el despertar sexual más convencional—, como demuestra el cambio de ubicación desde la costa francesa a un lago en Quebec, donde la realizadora pasó su infancia.
Le Bon, que cuenta con una trayectoria previa como actriz desde hace diez años a las órdenes de realizadores como Lasse Hallström, Robert Zemeckis y Sean Ellis, entre otros, ha confesado que planteó la personalidad de la pareja protagonista, Bastien y Chloé, de modo que se invirtieran los roles de género tradicionales. «Habitualmente, he interpretado roles de chica frágil, dulce, que está siempre al servicio de un hombre y eso es algo que me ha molestado bastante», ha manifestado la realizadora. «Quería encontrar a una joven inteligente, con un mundo interior rico y que, si resulta hermosa y despierta deseo, no es tanto por su belleza como por la seguridad que emana de ella», ha explicado Le Bon, que ha definido como «interesante» la presencia de virilidad en el personaje femenino y feminidad en el masculino.
Respecto a la dirección del filme, Le Bon ha defendido su apuesta por lo analógico en detrimento de lo digital por el resultado que da en la imagen final. «Es una película que habla de sensualidad, por lo que grabar en película me parecía clave», ha explicado para alabar el granulado, los colores y las texturas que reporta esa tecnología en un filme que ha buscado el «equilibrio» entre luz y oscuridad para conjugar esos dos géneros sobre los que pivota, algo a lo que se suma el formato 1:37, más cuadrado que el habitual, para cerrar a la pareja protagonista en una atmósfera tan íntima como, a ratos, asfixiante. También se ha referido Le Bon al empleo de la música, utilizada como contrapunto de lo que ocurre en las imágenes.
