En la actualidad, el hospital celebra mi caso como el de un milagro médico. Me siento una ingrata por admitir que no tengo muchas ganas de vivir ante unos médicos que han hecho todo lo posible por salvarme la vida. Me he curado, pero no sin sufrir daños físicos y mentales durante el tratamiento. A través del objetivo de la cámara de mi padre, miro hacia atrás, a un periodo de mi vida del que no recuerdo nada. Veinte años después de haber sobrevivido al cáncer cuando era niña, busco rastros de la enfermedad entre las cicatrices y los deseos.